¿Te has preguntado alguna vez si es necesaria la presencia de personas ajenas a ti que guíen tus pasos, orienten tus decisiones o, simplemente, “alumbren” el camino que debes de seguir? ¿Te has preguntado alguna vez por qué tienes miedo a tomar las riendas de tu propia vida sin necesidad de que nadie impulse tu voluntad ni de que tampoco nadie se erija en tu “guía”, “héroe” o “salvador”?
Nos han enseñado, desde que hemos nacido, a depender de todos, a hacer dejación de nuestras responsabilidades de una manera natural y, en definitiva, a no dirigir nuestro propio destino, reduciendo el ámbito de nuestra libertad a una mera formalidad legal carente de sentido práctico y a decisiones domésticas que, en ningún caso, puedan contravenir los fundamentos del Sistema.
Fruto de esa educación y de sus graves consecuencias, al individuo se le ha creado la “necesidad” de confiar en alguien ajeno a él, “acomodándole” a la falacia de que es “mejor” que sea “otro” el que decida por ti por estar mejor preparado, tener más conocimiento o reunir una mejor aptitud, es decir, se te abona el camino para la irreversible aparición de múltiples líderes que irán tomando decisiones, en todos los ámbitos de la vida, desde que naces hasta que mueres.
La idea de la necesidad de un “líder”, por tanto, es un chip que llevamos grabado en la memoria colectiva desde tiempos inmemoriales, resurgiendo en los momentos históricos especialmente críticos en que los seres humanos, agarrotados por la mediocridad, el miedo o la apatía, prefieren que sean otros quiénes marquen las líneas maestras de su actuar.
Destruida la capacidad de decidir por sí mismo y reducido su papel al de mero súbdito, la figura del “líder” cobra inusitado valor ya que aquellos, huérfanos de un “representante” que les oriente y guíe, demandan su aparición sin ser conscientes de que con ello también venden su libertad y compran su esclavitud.
El “líder” es un producto del Sistema de cada época, una necesidad “inventada” tras hacer creer al individuo que es inferior e incapaz de afrontar por sí solo su destino, decidir acertadamente y construir su cotidiano vivir, por eso se han esforzado siempre tanto en desproveer al ser humano de su conciencia crítica, de su autoestima y de sus infinitas posibilidades de desarrollo integral.
Una sociedad sin líderes es, esencialmente una sociedad libre, porque nadie necesita de “guías” externos para decidir por sí mismos y, en consecuencia, tampoco de estructuras jerárquicas basadas en autoridades impuestas que anulen la voluntad de cada cual.
Sin embargo, es muy cierto que siempre han existido personas dotadas de unas especiales, naturales e innatas dotes de “liderazgo” que, en su justa medida, podrían en un momento dado servir de revulsivo a un estado latente de agitación; no obstante, estos líderes nunca podrían arrogarse la “capitanía” de un sentimiento popular generalizado, porque el riesgo de una deriva degenerativa hacia posiciones dictatoriales, como ha demostrado ya tantas veces la Historia, es una atracción casi irrefrenable.
Otra cosa bien distinta han sido aquellos ejemplos de personajes históricos revolucionarios cuya trayectoria sirvió de catalizador para “despertar” sentimientos soterrados que parecían haber estado esperando la llegada de un aglutinador de esa energía por aflorar, ejemplos encomiables que, a diferencia de los líderes tradicionales a los que estamos tan acostumbrados, vinieron a servir a una gran causa y no a servirse de ella.
En ocasiones, nos hemos preguntado a qué es debida la falta actual de líderes capaces de aglutinar el descontento generalizado de una sociedad que, en gran medida, deambula perdida y sin rumbo, en medio de la zozobra y de un panorama tan sombrío como sin futuro; es una tendencia casi automática la añoranza de ese personaje por aparecer, pero pocas veces nos paramos a pensar que, fruto de ese deseo y de esas “necesidad”, la “fabricación” de ese “líder” por el Sistema es tan sencilla como peligrosa, ya que predispone a la masa a la aceptación de cualquier discurso que suene bien por demagógico que pueda resultar o a cualquier otro aparente atractivo que, en el fondo, encierre la peor de todas las trampas.
Para evitar ese gran riesgo, el antídoto consiste en cultivar la autoestima y descubrir las muchas cosas que somos capaces de hacer; en recuperar el gusto por la responsabilidad en la adopción de decisiones que, aunque no siempre sean las más acertadas, al menos siempre serán tuyas y habrán sido tomadas libremente; en saborear la satisfacción de reencontrarte contigo mismo a medida que van cayendo las ataduras y los miedos que te han tenido secuestrado, y en definitiva, cuando vayas tomando consciencia de tu potencial creador.
Por eso, desconfía de cualquiera que se arrogue el carisma de un liderato, huye de quién lo ambicione y simplemente ignora a quién te diga que los líderes son necesarios porque quién así te diga no habrá comprendido todavía el auténtico líder que añora en su interior.
No existe el líder necesario, porque sencillamente el único líder al que necesitas es a aquel que habita en ti, ese al que a menudo no escuchamos al haber caído en la trampa de creer que somos incapaces de tomar decisiones y de pensar sin que nadie nos condicione, olvidando que el líder que habita en el interior de cada uno de nosotros es irreductible.
Antonio. La Ventana Esmeralda
www.laventanaesmeralda.blogspot.com