La
cuestión de la organización es una de las más importantes que han
preocupado al movimiento anarquista, en la trayectoria del movimiento a
lo largo de la historia. En esta trayectoria, se han desarrollado varias
consideraciones y tendencias; algunas han dado prioridad a la necesidad
de la creación de estructuras organizativas, mientras que otras,
considerando que la misma organización es por su naturaleza es
contradictoria al concepto de libertad, han formado una corriente de
ideas que se puede esquematizar en lo que hoy llamamos aformalismo.
Tanto las tendencias organizativas como las anti-organizativas,
históricamente han constituido unos de los componentes del movimiento y
ninguna de ellas puede apropiarse de su legado, considerando que su
consideración es la única correcta y refleja la anarquía
diacrónicamente. Anarquistas, anarcosindicalistas, individualistas,
plataformistas, libertarios, todos han dado luchas a lo largo de la
historia y son juzgados en base a sus opciones y sus errores. Momentos
de heroísmo y de sacrificio, de lucha y de creación, derrotas y muertos,
existen en todas las tendencias. Sin embargo, creemos que las grandes o
pequeñas “victorias” que se hayan conseguido, históricamente pueden y
deben ser atribuidas a las tendencias organizativas. La opción por la
organización, así como sus formas propuestas reflejan unas
circunstancias y necesidades históricas, pero sobre todo y
principalmente, unas opciones y posiciones políticas.
Como anarquistas concebimos el término política en su generalidad,
como aquel proceso que arranca de la interpretación de lo existente y
mueve las cosas hacia la realización de lo deseado, de una manera total y
consciente. No le regalamos al Poder el término política. Como
colectividad, aceptamos la necesidad de la lucha política y nos situamos
entre las corrientes anarquistas históricas que consideran necesaria la
existencia de organizaciones políticas centrales de los anarquistas. En
este contexto, consideramos necesaria también la distinción entre la
lucha política y la social. La lucha política es realizada por
colectivos políticos con propuestas, está basada en acuerdos generales
que determinan una cosmovisión concreta, y presupone, en principio, la
aceptación de ciertas posiciones fundamentales, de cuya profundización y
extensión surge la acción política y las luchas en el campo político
central. Por otro lado, la lucha social es realizada por sujetos
sociales y por sus agrupaciones, que habiendo aceptado los diferentes
grados de comprensión y percepción de la realidad, la amplitud de las
posiciones políticas y las variaciones de las necesidades y deseos de
los sujetos, optan por la síntesis más amplia posible, en la dirección
de la intervención y la gestión de lo existente. A partir de estas
diferencias surge la distinción entre las estructuras sociales de lucha
auto-organizadas y las organizaciones políticas, así como su autonomía
parcial.
El espacio (movimiento) anarquista en Grecia está históricamente
apartado de la tradición anarquista mundial. En realidad nace en los
años ’70 – período de intensas luchas sociales y de compromiso
(militancia) político. Por lo tanto, tuvo que descubrir, desde el
principio, una teoría y unas formas de acción. Esto tuvo varias
consecuencias, algunas positivas, otras negativas. Como positivas
consideramos la inexistencia de unas “pesas históricas”, el hecho de que
no sufrió las distorsiones del movimiento anarquista de la posguerra en
los países desarrollados y no vio las formas de su organización
históricas convirtiéndose vehículos pesados-“fantasmas” de un pasado
glorioso, y, por supuesto, el hecho de que se vio forzado a adquirir
experiencias y crear sus propias reservas particulares con sus propias
luchas. En el lado negativo se pueden incluir sus errores, a menudo
dolorosos, los puntos muertos a los que se ha conducido y de vez en
cuando sus derrotas, resultado esperado de un espacio político que
carecía de riqueza política y de experiencias históricas. Con respecto a
las características del “espacio” anarquista, podríamos anotar las
siguientes: el hecho de que es una formación interclasista con un
carácter juvenil y estudiantil marcado, el picoteo ecléctico de teorías
políticas diferentes y a menudo contradictorias que oscilan desde la
autonomía hasta el izquierdismo, las teorías situacionistas y la
guerrilla urbana, su estrecha relación con la anticultura, la
predominancia de la negación a nivel cultural, el hecho de que recibe en
su seno a izquierdistas y a otros luchadores, de vez en cuando
“arrepentidos” (cada vez que sus colectivos se desmembraban a causa de
sus contradicciones y la dura realidad política), «iconos» y símbolos
que van desde Aris Velujiotis[1] hasta Sid Vicious.
Todo esto, en el contexto del rápido proceso de modernización
burguesa y de la dominación ideológica del capitalismo post-industrial
de las últimas décadas del siglo XX, ha hecho destacar el aformalismo
como la forma dominante de existencia política del espacio anarquista.
Por lo tanto, tenemos unas formas de organización aformalistas, en
realidad elementales, que se caracterizan por su carácter ocasional, las
propuestas difusas que dan pie a la expresión de muchas concepciones a
veces borrosas y mutuamente contradictorias, las ideologizaciones
unidimensionales y aisladas (que sustituían con su vehemencia a la falta
de la globalidad y consistencia del discurso) y, por supuesto, y tal
vez la característica más clara de todas, la sustitución de las
relaciones políticas por relaciones sociales personales. Unas relaciones
que, para ser honestos y justos, se reforzaron durante unas luchas
duras, desiguales y a menudo perdidas, dadas por los anarquistas en los
últimos años en Grecia. Todo esto en su totalidad, o sea el modelo
aformalista, la incertidumbre política, la mediación en las relaciones
sociales entre los sujetos políticos, y finalmente la formación de una
comunidad combativa, constituyen lo que solemos llamar “espacio”.
Consideramos que la rebelión de diciembre de 2008 hizo destacar de la
manera más obvia los límites de este modelo y ha puesto de manifiesto
la existencia de una necesidad: que esta entidad latente que se
vislumbra, se sofoca y se ahoga dentro del “espacio” anarquista, tome
cuerpo, transformándose en un movimiento anarquista político real. La
materia prima, o más bien algunos de sus ingredientes, parece que ya
existen: la entrada masiva de nuevos compañeros en el movimiento, la
aceptación por parte de una gran parte de anarquistas de la necesidad de
participación en las luchas sociales, la quiebra, ya visible hasta a
los más ingenuos, de los modelos que proponen la Izquierda o el
liberalismo, la crisis generalizada (económica, institucional, política,
social e incluso moral) que está experimentando la sociedad griega, la
existencia de un gran número ya de compañeros y compañeras con
experiencia y participación en las luchas. Sin embargo, si queremos que
el “espacio” anarquista se transforme en un movimiento político real,
debemos identificar y superar los obstáculos que ha levantado el hasta
ahora vigente modelo aformalista, quedándonos a la vez de las ventajas
que este pueda tener. Es algo que tiene que ser aclarado, ya que de
ninguna manera queremos desprestigiar la totalidad de nuestra presencia
hasta hoy.
Partiendo de esto nos conducimos a la esencia del problema: la falta
de estructuras y procesos. Y debido a que no existen estructuras, no
existe la posibilidad de llevar a cabo formaciones producidas en común
que tengan una perspectiva. De este modo, no se puede realizar una
verdadera deliberación política, cancelando de esta manera cualquier
perspectiva de producción de un discurso completo que contenga
propuestas y sus respectivas posiciones. El modelo existente descrito
anteriormente promueve indirectamente una forma de individualización
política, anulando cualquier proceso de colectivización. Esto tiene como
consecuencia la existencia de un número desproporcionadamente grande de
luchadores activos (proporcionalmente al tamaño del “espacio” y al
número de los colectivos existentes), quienes se encuentran fuera de
cualquier proceso colectivo, aunque sea poco evolucionado, y por lo
tanto fuera de la toma de decisiones.
Al mismo tiempo, la falta de estructuras y procedimientos da paso a
la sustitución de la deliberación política normalizada por los acuerdos
(comunicación) entre los sujetos políticos, y por lo tanto, favorece la
interacción de unas trayectorias en realidad individuales e históricas y
a veces la aparición hasta de jerarquías informales. De esta manera se
introducen en el contexto de la lucha muchos factores subjetivos, que
pueden oscilar entre la tolerancia por amistad, hasta el rechazo por
empatía. A su lado, pero no de menor importancia, se sitúa el refuerzo
de los reflejos de la “costumbre”, en el marco de una percepción de tipo
“nosotros, los anarquistas, siempre actuábamos así”, lo cual nos hace
predecibles y, a veces pesados (lentos) e ineficaces. ¿Acaso hace falta
decir cómo este hecho contrasta con el espíritu anarquista de la
innovación, experimentación, cuestionamiento y de ruptura constante que
distingue el anarquismo, y de hecho proponemos a los demás oprimidos con
tanto énfasis, como una manera de luchar?
Al mismo tiempo, las deficiencias mencionadas, a menudo crean un
ambiente de incertidumbre, no sólo acerca de cómo tomamos decisiones,
sino acerca de qué es en última instancia lo que decidimos. No son pocas
las veces que una vez acabada una asamblea, hay compañeros que tienen
una imagen borrosa (difusa) del contenido exacto de las decisiones
tomadas. Esto abre de par en par las puertas a la confusión y aún peor a
la falta de cumplimiento con nuestras decisiones, de lo cual sería
injusto culpar sólo a los sujetos y la percepción subjetiva y personal
de cada uno de ellos: es el carácter no organizado de los procesos él
que genera decisiones “defectuosas”.
El aformalismo hace que la propuesta de la idea anarquista sea
prácticamente no viable. ¿Cómo podemos hablar de auto-organización a los
oprimidos, si la mayoría de nuestros compañeros no pertenecen a
formaciones políticas y combativas auto-organizadas? ¿Cómo podemos
proponer la auto-organización del conjunto de la sociedad y la
auto-institución en todos los aspectos de la vida social, si somos
incapaces de ponernos de acuerdo siquiera entre nosotros o si nuestras
reuniones no se pueden estructurar sobre la base de la estabilidad a lo
largo del tiempo y de la consecuencia de nuestras decisiones? ¿En última
instancia, si no es factible el establecimiento de organizaciones
políticas centrales por parte de los miembros de una comunidad con alto
grado de afinidad y acuerdo (cono creemos que somos nosotros los
anarquistas), cuán factible pueden ser la auto-organización y
auto-institución de un todo que se caracteriza por diferentes
percepciones y deseos en su conjunto (como lo es, inevitablemente, la
sociedad)?
También el hecho de que la introducción de alguien en los colectivos
anarquistas se hace a través de la socialización y su conocimiento con
otras personas, y varias veces a través de la aceptación de posiciones
que distan mucho de ser completas, consistentes y consecuentes,
constituye una consecuencia más del modelo actual. Debemos preguntarnos
en algún momento, en última instancia, cuán abiertas o cerradas son
nuestras colectividades, cómo se realiza la afiliación, con buena fe, a
uno u otro grupo, de qué manera y mediante qué proceso se llega a ser
miembro de una colectividad. Y, por supuesto, con qué criterios se elige
un colectivo y no otro (¿Cuál es el criterio? ¿Las posiciones
políticas? ¿Los conceptos teóricos? ¿Las relaciones amistosas? ¿Las
necesidades prácticas? ¿Otra cosa?). ¿Y por último, hay algún tipo de
estructura, algún proceso, algo pues al que uno (bienintencionado, por
supuesto) pueda dirigirse para saber qué diablos tienen en sus cabezas
estos anarquistas y qué buscar hacer?
Por último, es importante también la cuestión de la eficacia. La
iniciativa y la espontaneidad pueden garantizar unos reflejos sensibles y
rápidos, pero indican claramente sus límites cuando se enfrentan con la
necesidad de tomar decisiones importantes. Como ejemplo de esto podemos
mencionar la ineficacia de confrontar efectivamente la agresividad
represiva del Estado. ¿De hecho, podemos imaginar qué tipo de
movilización se precisará para hacer frente a la represión a la que
recurrirá un Sistema que confronta problemas de supervivencia? ¿Y, desde
luego, podemos preguntarnos qué tipo de colectivos podrían corresponder
a estas necesidades?
Creemos, como ya hemos dicho anteriormente, que el movimiento
anarquista es (y no podría ser de otra manera) multitendencial. Todas
las tendencias presentan sus puntos de vista en la arena política, y
ellos van formándose, deliberándose, desafiándose, siendo conscientes
(las tendencias) de que la sociedad oprimida es la que decide por su
futuro, aceptando o rechazando ideas y proyectos.
Nosotros consideramos que la existencia de la organización es una
condición necesaria para el futuro de la idea y para la promoción de
nuestra causa. Es un hecho que siempre ha sido cierto, pero ahora está
siendo más imperioso que nunca. Reconociendo la multitendencia del
anarquismo, así como los datos y la historia del “espacio” en Grecia en
concreto, no podemos estar exigiendo (nosotros ni siquiera lo
planteamos) la creación de “una gran organización central entre todos”…
Consideraríamos posible y deseable el encuentro (la reunión), la
coordinación y la organización de todos los que aceptan ciertos
conceptos e ideas, formando en común comunidades con características
claras, comunes y fijas. Los puntos de vista y los modelos diferentes
pueden conducir a la creación de diferentes organizaciones, redes y
coordinaciones, dando forma, de una manera visible, clara y discernible,
a las distintas tendencias que representan.
La creación de una organización es para nosotros una opción que viene
a responder a las deficiencias y los problemas actuales que hemos
descrito anteriormente y sirven para la satisfacción de unas necesidades
existentes. Contribuye a la satisfacción de la necesidad de crear un
plan de lucha. Un plan que creemos que es necesario hoy día, como una
forma de superar los límites que inevitablemente tiene el voluntarismo y
la fragmentación de las acciones. Esto comprende la existencia de una
estrategia que ha de evitar la rigidez, los “caminos trillados”, y las
acciones reflejas. Identifica y selecciona objetivos, procede a
conseguirlos, adoptando los medios adecuados, controla y reconsidera
maneras y métodos.
La organización viene a cubrir la necesidad de articulación de una
propuesta política completa. Una propuesta que, a través de su
totalidad, su inmediatez y su universalidad, se vuelve directamente
competitiva con los retos que plantea el discurso del Poder y hace que
nuestra respuesta a la pregunta de qué es lo que queremos como
anarquistas sea clara para toda la sociedad.
Promueve la profundización y ampliación de la lucha y su extensión a
nuevos frentes, tal vez políticamente inexplorados por nosotros hasta
hoy. Más allá de eso, nuestra intervención en todos los frentes
existentes o en los nuevos que se vayan a abrir, se puede hacer con la
articulación de un discurso y con la aplicación de políticas
consistentes y directamente asociadas con la propuesta anarquista total.
La necesidad de la masificación se satisface también con la
reestructuración organizativa. La existencia de muchos grupos, su
coexistencia organizativa estructural y su función en común, abre nuevos
campos que favorece a la comunicación de ideas y de nuestras posiciones
teóricas a la sociedad. Nos convierte en una fuerza política visible y
considerable, que pueda presentar sus propuestas, explicar ideas y
proponer formas y métodos de lucha.
La organización genera un campo de deliberación. Estamos hablando de
un proceso que permite que los grupos y los colectivos se pongan en
contacto entre sí, que actúen y formen procesos en común. También es
necesario que exista el campo que permita la elaboración y la
profundización de nuestros acuerdos y la aclaración y puntualización de
los puntos en los que estamos en desacuerdo. Dentro de este marco,
nuestras relaciones como sujetos políticos vivos se articulan sobre la
base de estos mismos acuerdos. La presencia o ausencia de relaciones
interpersonales no afecta a las decisiones, cualesquiera que sean estas,
dejando así muy poco espacio para poner de relieve las relaciones de
tipo cuadrilla o la creación de jerarquías informales. Así que,
finalmente, la organización actúa de una manera liberadora para el
individuo, porque lo libra de las cadenas de las relaciones personales,
de la historia y de las relaciones sociales. Sus límites son su acción y
su discurso.
Nuestra constitución organizativa como anarquistas hace que nuestro
intento sea más eficaz, con respecto al cómo nos dirigimos a la
sociedad. Hace que nuestros objetivos sean directamente visibles y
perceptibles, a través de las propuestas para la creación y el
funcionamiento de nuestro modelo de acción política.
Por último, puede que no sea una razón principal, pero sin duda es
positivo como suplemento: la aseguración de una especie de economía de
escala que pueda ser alcanzable. No creemos que haya necesidad de
extendernos con respecto a esto, en la medida en que todos entendemos el
uso racional y el aprovechamiento de recursos y oportunidades ofrecidos
por la colectivización mediante la organización.
En resumen, y según nuestra opinión, la organización política puede y debe asegurar:
• la disolución de las jerarquías informales y de las organizaciones
latentes, a través de la institución de reglas de igualdad, para
funcionar de una manera realmente libertadora para todos los integrados
en ella y no para unos pocos de una élite
• la coordinación de las fuerzas de liberación hacia el objetivo
común, aunque sea por vías diferentes, y la eliminación de la
fragmentación. De este modo se consigue la posibilidad de intervención
en la escena política central, en la que está focalizada la atención de
las masas-a la que queremos llamar-con la articulación de un discurso
hacia la sociedad y sus sujetos, que también es el objetivo central
• la sensación de la participación de los compañeros en algo más
grande, más fuerte, más discernible, en una corriente con rasgos
políticos
• la conexión con componentes de la sociedad que buscan organizar sus
resistencias en términos políticos, sino también el apoyo de los que ya
están luchando. Un ejemplo típico de la actualidad son las
posibilidades que tendría una organización política anarquista apoyando
proyectos huelguistas o incluso autogestionados, que parece que van a
surgir, en contraste con la limitada capacidad de los pequeños grupos y
colectivos
• el enfoque libertario de los participantes en la organización en el
objetivo común, a través de la existencia de desacuerdos o incluso de
acciones diferentes
• que el discurso dirigido a la sociedad y la aproximación de ella tengan una orientación clasista
• el continuo esfuerzo por implementar un modelo no burocrático,
anti-jerárquico, así como eficaz, sin consolidaciones y con una
evaluación y renovación de sus estructuras continuas, así que en este
sector también actúe con propuestas en el ámbito político y social
• la posibilidad de integración de nuevos compañeros en el proyecto,
así que puedan verse a sí mismos en él como sujetos conscientes y no
como seguidores o rebaños de partidarios o de receptores de órdenes,
como sucede en las organizaciones autoritarias
• el posible uso de la organización política como un vehículo para el cambio social y germen de la nueva realidad social.
En la medida que nos corresponde como grupo, nosotros creemos que la
constitución organizativa según nuestros puntos de vista, en primer
lugar pasa a través de tres condiciones básicas y fundamentales.
La primera es la existencia de colectividades. Nos referimos a grupos
de todo tipo y con diferentes características, las cuales manteniendo
su carácter especial y distinto, y su autonomía, pueden consistir las
células estructurales de un organismo. La colectivización, una propuesta
ya urgente e inmediata de nuestros tiempos, es un requisito
imprescindible para el intercambio y la deliberación de las ideas de los
sujetos políticos en una primera fase, al agruparse compañeros de
puntos de vista, posiciones y preocupaciones comunes. Dentro de estas
colectividades se cumple y se implementa a nivel molecular la teoría de
la auto-organización y auto-institución que estamos proponiendo para la
sociedad. Es obvio que para la creación de muchos grupos y colectivos
poco se puede hacer aparte de un llamamiento a los compañeros que hasta
el día de hoy han optado por el camino del individualismo político, a
integrarse en una colectividad existente, o aún mejor, a crear nuevos
grupos…
La segunda condición es la existencia de un marco político común.
Estamos hablando de un marco constituido por puntos de vista fijos y
comunes, que sin embargo no estará orientado tanto a la adopción de
posiciones ideológicas estrechas y cerradas, sino sobre todo y
básicamente, en opciones de lucha, en sus medios y objetivos. El
sufrimiento y la prueba a los la lucha somete estas características es
lo que asegura su evaluación crítica y su reconsideración, y lo que
contribuye a la dinámica de la práctica combativa anarquista contra la
anquilosis teórica y el estancamiento de la práctica por la práctica.
Este marco es él que garantizará (asegurará) la existencia de los
acuerdos políticos necesarios.
La tercera condición es la creación de un modelo organizativo
concreto. Un modelo que estará articulado por estructuras distinguidas y
específicas, accesibles y aproximables por los compañeros que han
optado por su implementación, sino también por estructuras puestas a
prueba en la mayor medida posible durante la lucha y juzgadas tanto por
su estabilidad como por su eficacia. Unas estructuras y procesos que
también asegurarán la resolución de problemas internos, lejos de las
reuniones casuales de los auditorios, las charlas en los cafés y las
peleas en la calle. Unos procesos que garantizarán la aplicación de las
decisiones tomadas, cuya eficacia y necesidad reconsiderarán y
controlarán de manera regular y fija (periódica).
La opinión de nuestro grupo entiende la estructura federal como la
mejor posible para la formación organizativa de los anarquistas. Sin
embargo, no proponemos el copiado ni de algún modelo de organización que
ha aparecido en el pasado en concreto, ni la imitación de los modelos
de federación que existen en el extranjero. Creemos en la evaluación
crítica de las formas de organización que hemos heredado del movimiento
anarquista y concebimos su valor y tamaño como reservas históricas de la
experiencia histórica colectiva del movimiento.
Sin embargo, creemos
que la forma de organización que tiene que adoptarse depende
directamente de su naturaleza y su contenido, los cuales son definidos
por nosotros en el aquí y el ahora, en base a nuestras necesidades y
deseos, como anarquistas que vivimos en estas condiciones históricas.
Por lo tanto este llamamiento no tiene la intención de crear algo
concreto, morfológica y estructuralmente. Promovemos la idea de la
colectivización y de la organización política y luchamos por cumplir las
tres condiciones que como hemos mencionado anteriormente consideramos
necesarias para su formación organizativa. Somos conscientes del tamaño
del proyecto y de las dificultades que conlleva su implementación.
Aceptamos la necesidad de ruptura que hay que hacer con los hábitos y
los- conocidos a todos nosotros- reflejos, así como la necesidad de las
decisiones rápidas y eficaces con vistas a los desafíos actuales.
Es por eso que creemos que la perspectiva de la organización no puede
ser llevada a cabo a corto plazo, por lo menos hasta que no se cumplan
las tres condiciones que consideramos necesarias para el proyecto.
Estamos seguros, sin embargo, de la necesidad de luchar, a partir de
hoy, para que sean creadas por todos nosotros que especificamos de esta
forma nuestras ideas anarquistas.
Atenas, marzo de 2011