El
Estado detenta el monopolio del poder político y en consecuencia
pretende el monopolio de la violencia, la definición de legalidad y la
administración de la justicia. Cualquier desafío a ese monopolio de la
violencia se considera como delincuencia, y atenta contra las leyes y el
orden capitalista
Podemos
encontrar mil definiciones distintas del Estado. Pero básicamente se
reducen a dos. Una, amplia, que habla impropiamente del Estado ya en las
primeras civilizaciones de Mesopotamia y Egipto, y después de Grecia y
Roma, que no vamos a utilizar, y que es inadecuada para estudiar la
actual sociedad capitalista en la que vivimos. Se trata de una
definición que, en todo caso, necesita calificar al Estado con el modo
de producción imperante: Estado esclavista, Estado feudal, Estado
capitalista. Otra, reducida, en la que se utiliza el concepto actual del
Estado, o Estado capitalista, o Estado moderno, como poder soberano
absoluto o único en cada país, que es la que aquí utilizaremos.
El
Estado es una forma histórica reciente de organización política de la
sociedad, surgida hace unos quinientos años, en algunos países, con el
fin del feudalismo, el auge del mercantilismo y las primeras
manifestaciones del sistema de producción capitalista. La aparición del
Estado suponía la desaparición de las formas feudales de organización
política.
El
concepto de Estado surge con la aparición histórica del sistema de
producción capitalista. Es la organización política adecuada al
capitalismo. La proyección de este concepto a las antiguas
civilizaciones es una anacronismo infértil y confuso.
En
la sociedad feudal la soberanía era entendida como una relación
jerárquica entre una pluralidad de poderes. El poder del Rey se
fundamentaba en la fidelidad de otros poderes señoriales y los poderes
del Rey eran venales, esto, es, podían venderse o cederse a la nobleza:
la administración de la justicia, el reclutamiento del ejército, la
recaudación de los impuestos, los obispados, etcétera, podían ser
vendidos al mejor postor o adjudicados en una compleja red de favores y
privilegios. La soberanía residía en una pluralidad de poderes, que
podían subordinarse o competir entre sí.
El
Estado, en la sociedad capitalista, convierte la soberanía en un
monopolio: el Estado es el único poder político de un determinado
territorio. El Estado detenta el monopolio del poder político, y en consecuencia pretende el monopolio de la violencia,
la definición de legalidad y la administración de la justicia.
Cualquier desafío a ese monopolio de la violencia se considera como
delincuencia, y atenta contra las leyes y el orden capitalistas, y por
lo tanto es perseguido, castigado y aniquilado.
En
la sociedad feudal las relaciones sociales estaban basadas en la
dependencia personal y el privilegio. En la sociedad capitalista las
relaciones sociales sólo pueden darse entre individuos jurídicamente
libres e iguales. Esta libertad e igualdad jurídicas (que no de
propiedad) son indispensables para la formación y existencia de un
proletariado que provea de mano de obra barata a los nuevos empresarios
fabriles. El obrero ha de ser libre, también libre de toda propiedad,
para poder estar disponible y preparado para alquilarse por un salario
al amo de la fábrica. Ha de ser libre y carecer de toda dependencia de
la tierra que labraba, y de todo sustento o propiedad, para ser
expulsado por el hambre, la pauperización y la miseria hacia las nuevas
concentraciones industriales donde pueda vender la única mercancía que
posee: sus brazos, esto es, su fuerza de trabajo.
A
estas nuevas relaciones sociales, propias del capitalismo, les
corresponde una nueva organización política, distinta de la feudal: un
Estado que monopoliza todas las relaciones políticas. En el capitalismo
todos los individuos son libres e iguales (jurídicamente) y nadie guarda
ninguna dependencia política respecto al antiguo señor feudal o al
nuevo amo de la fábrica. Todas las relaciones políticas son
monopolizadas por el Estado.
En
los modos de producción precapitalistas las relaciones de producción
eran también relaciones de dominación. El esclavo era propiedad de su
amo, el siervo estaba ligado a la tierra que trabajaba o dependía de un
señor. Esa dependencia ha desaparecido en el capitalismo. El Estado es
pues producto de las relaciones de producción capitalistas. El Estado es
la forma de organización específica del poder político en las
sociedades capitalistas. Existe una separación radical entre la esfera
económica, la social y la política.
El
Estado monopoliza el poder, la violencia y las relaciones políticas
entre los individuos en las sociedades en las que le modo de producción
capitalista es el dominante. A diferencia de los que sucedía con las
instituciones políticas precapitalistas, el Estado NO ES UNA RELACIÓN DE
PRODUCCIÓN. En el sistema de producción capitalista el capital no es
sólo el dinero, o las fábricas, o las maquinarias, el capital es también una relación social de producción,
y precisamente la que se da entre los proletarios, vendedores de su
fuerza de trabajo por un salario, y los capitalistas, compradores de la
mercancía “fuerza de trabajo”. El Estado debe garantizar el
mantenimiento y reproducción de las condiciones que posibilitan la
existencia de esas relaciones sociales de producción, esto es, la
compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo.
El
Estado ha surgido recientemente, hace unos quinientos años, y
desaparecerá con las relaciones de producción capitalistas. El Estado
pues no es eterno, ha tenido un origen muy reciente y tendrá un fin, más
o menos cercano.
La
teoría política del Estado nació en la Inglaterra del siglo XVII,
paralelamente a ese proceso histórico conocido como la Revolución
Industrial, con Hobbes.
Hobbes no es sólo el primer teórico, desde el punto de vista cronológico, sino que toda la problemática actual sobre el Estado está ya en Hobbes (y en Locke).
Hobbes no es sólo el primer teórico, desde el punto de vista cronológico, sino que toda la problemática actual sobre el Estado está ya en Hobbes (y en Locke).
Desde
Platón hasta Maquiavelo la teoría política preestatal caracteriza el
poder político y la comunidad como algo NATURAL, e identifica comunidad
civil y comunidad política. Desde Hobbes la teoría política estatal
define el Estado como un ente ARTIFICIAL, separa los conceptos de
comunidad civil (sociedad civil) y comunidad política (Estado) y plantea
la cuestión de la reproducción del poder político.
El
Estado surge desde una contradicción, que le da origen y razón de ser,
entre la defensa teórica del bien común o general y la defensa práctica
del interés de una minoría. La contradicción
existente entre la ilusión de defender el interés general y la defensa
real de los intereses de clase de la burguesía. La razón de ser
del Estado no es otra que garantizar la reproducción de las relaciones
sociales de producción capitalistas. El Estado, por esta misma razón, es
incapaz de superar la contradicción existente entre la defensa del
interés general (e histórico) de la sociedad (y de la especie humana),
que en teoría afirma defender, y los intereses inmediatos del capital y
su reproducción, que en la práctica son su objetivo prioritario y
exclusivo. El Estado no puede confesar su incapacidad para enfrentarse a
los intereses inmediatos de reproducción del capital, ni su permanente
necesidad de impulsar el ciclo de valorización, que supone agotar los
recursos naturales, contaminar el planeta hasta niveles suicidas,
hipotecar el porvenir de las futuras generaciones y poner en peligro la
continuidad de la especie humana.
Sin embargo, el Estado, cosificado en sus instituciones, es la máscara de la sociedad, con apariencia de
una fuerza externa movida por una racionalidad superior, que encarna un
orden justo al que sirve como árbitro neutral. Esta fetichización del
Estado PERMITE que las relaciones sociales de producción capitalistas aparezcancomo
meras relaciones económicas, no coactivas, al mismo tiempo que
DESAPARECE el carácter opresivo de las instituciones estatales. En el
mercado, trabajador y empresario aparecen como individuos libres, que
realizan un intercambio “puramente” económico: el trabajador vende su
fuerza de trabajo a cambio de un salario. En ese intercambio libre,
“sólo” económico, ha desaparecido toda coacción, y el Estado no ha
intervenido para nada: no está, ha desaparecido.
La
escisión entre lo público y lo privado es una condición necesaria de
las relaciones de producción capitalistas, porque sólo así APARECEN como
acuerdos libres entre individuos jurídicamente libres e iguales, en las
que la violencia, monopolizada por el Estado, ha desaparecido de
escena. De todo esto resulta una CONTRADICCIÓN entre el Estado COMO
FETICHE, que debe ocultar su monopolio de la violencia, y la coacción
permanentemente ejercida sobre el proletariado para garantizar las
relaciones de producción capitalistas, esto es, de mantenimiento de las
condiciones de explotación del proletariado por el capital; y el Estado
COMO ORGANIZADOR DEL CONSENSO social y de la legalidad, que convoca
elecciones libres, permite partidos y asociaciones obreras, legisla
conquistas laborales como la asistencia sanitaria, pensiones, horarios,
etcétera.
En caso de crisis el
Estado capitalista desvela inmediatamente que es antes Estado
capitalista que Estado nacional, de pueblos o ciudadanos. El componente
coactivo del Estado, ligado a la dominación de clase, es la ESENCIA
FUNDAMENTAL de éste, que aparece diáfana cuando consenso social y
legitimación estatal son sacrificados en el altar de la sumisión del
proletariado a la explotación del capital.
El Estado surge de esa relación contradictoria. Pretende a ocultar su papel represor, como garante de la dominación de clase mediante el monopolio de la violencia,
al tiempo que quiere aparecer como organizador del consenso de la
sociedad civil, que a su vez legitima al Estado como árbitro neutral.
Con esto el Estado fortalece además su dominio ideológico y consigue un
dominio más completo y encubierto de la sociedad civil. El Estado, por
supuesto, criminaliza toda violencia política (revolucionaria o no) que escape a su monopolio.
Las
instituciones fundamentales del Estado son el ejército permanente y la
burocracia. Las tareas del ejército son la defensa de las fronteras
territoriales frente a otros Estados, las conquistas imperialistas, para
ampliar los mercados y acaparar materias primas, y sobre todo la
garantía última del orden establecido frente a la subversión obrera y
las insurrecciones proletarias. Las tareas de la burocracia son la
administración de todas aquellas funciones que la burguesía delega en el
Estado: educación, policía, salud pública, prisiones, correo,
ferrocarriles, carreteras… El funcionario del Estado, desde el maestro
de escuela al catedrático, del policía al ministro, del cartero al
médico desempeñan funciones necesarias para la buena marcha de los
negocios de la burguesía, mientras no sean un buen negocio para ésta, en
cuyo caso se privatizan.
El
Estado es la ORGANIZACIÓN del dominio político, de la coacción
permanente y de la explotación económica del proletariado por el capital.
El
Estado no es pues una máquina o instrumento que pueda utilizarse en un
doble sentido: ayer para explotar al proletariado, mañana para emancipar
al proletariado y oprimir a la burguesía. No es una máquina que pueda
conquistarse, ni que pueda manejarse al antojo del maquinista de turno.
El proletariado no puede conquistar el Estado, porque es la ORGANIZACIÓN
política del capital: ha de destruirlo. Si un partido fortalece o
reconstruye el Estado, o se limita a conquistar el Estado, no estamos
ante una revolución proletaria, sino ante otra forma de capitalismo. El
ejemplo histórico más destacado fue el capitalismo de Estado de la
extinta Unión Soviética. El Estado no puede ser ABOLIDO de la noche a la
mañana por un decreto “revolucionario”, o por un acuerdo social de la
mayoría de la sociedad, porque es la organización política del capital y
sus relaciones sociales de producción: hay que DESTRUIR esas relaciones
sociales de producción y su organización política: el Estado. El Estado
no puede ser parcialmente sustituido y parcialmente utilizado (como un
semi-Estado obrero) por el proletariado contra el capital, en una fase
de transición entre el capitalismo y el comunismo, esperando que se
EXTINGA como una llama sin oxígeno, porque el Estado es la organización
política del capital y garantiza las relaciones sociales de producción
capitalistas. No existe una semiorganización del capital ni una
semigarantía de las relaciones sociales de producción, y ya hemos dicho
que la máquina Estado no puede utilizarse, ni semi-utilizarse en un
doble sentido, ahora para explotar o semi-explotar al proletariado,
mañana para emanciparlo o semi-emanciparlo. El Estado es la organización
política total y totalitaria del capital (y de su permanente
reproducción) para explotar al proletariado. El proletariado no puede
usar, ni semiusar para extinguir; ni abolir, ya sea por decreto, acuerdo
mutuo, o votación, el Estado: sólo puede destruirlo.
El
proletariado ha de destruir el Estado porque éste es la organización
política de la explotación económica del trabajo asalariado. La
destrucción del Estado es el inicio de una revolución proletaria.
¿Qué sustituye al Estado? La
administración de las cosas y de las prioridades de la sociedad en el
comunismo. Pero la revolución proletaria no es una cuestión de partidos o
de organización. No son las organizaciones quienes hacen la revolución,
sino que es la revolución quien crea las formas de organización de
clase apropiadas. Lo que determina la posibilidad del comunismo es un
alto desarrollo de las fuerzas productivas y la extensión de la
condición de proletario. Los problemas organizativos no pueden
plantearse al margen de quien los organiza y de los problemas que se
plantean en cada momento. No hay reglas, ni fórmulas mágicas, ni
garantías contra la burocratización y la contrarrevolución. Los
burócratas suelen ser expertos en organización, en beneficio propio, al
margen del interés general de la sociedad. La experiencia histórica del
proletariado señala los soviets rusos de 1905 y 1917, los rater alemanes
de1918-1920 y los comités españoles de 1936, esto es, la organización
del proletariado en consejos obreros como la forma organizativa
revolucionaria de la clase obrera.
Estamos
pues hablando no de tal o cual forma organizativa de comité o de
consejo, sino de la organización consejista de la sociedad. Los consejos
no representan a los obreros, SON EL PROLETARIADO ORGANIZADO. Es un
órgano de clase y de lucha. No es un órgano político, y por lo tanto no
es democrático ni dictatorial, está más allá de la política, y evita la
separación entre lo público y lo privado característica del capitalismo.
Soviets,
raters y comités fracasaron en el pasado, pero han existido,
demostrando la capacidad del proletariado para dirigir y gestionar
fábricas, ciudades y países; señalando también sus límites, SUS ERRORES y
sus limitaciones. Han surgido siempre que el proletariado
revolucionario se ha alzado contra la barbarie capitalista. Han sido la
respuesta obrera al vacío dejado por la burguesía, más que resultado de
la radicalización del combate.
La
ideología consejista contempla los consejos como meta y no sólo como un
momento de la transición al comunismo. Los consejistas sustituyen el
concepto “partido” de los leninistas por el concepto “consejo”. Ambas
ideologías son estériles, porque de acuerdo con el viejo y contundente
grito de la Asociación Internacional de los Trabajadores: la
emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores, o
no será. Los consejos, o las organizaciones que en cada momento cree el
proletariado, serán sólo lo que consigan hacer en el combate por
destruir el Estado y alcanzar el comunismo.
Estamos
hablando de la constitución del proletariado en clase, y por lo tanto,
en organismo revolucionario autónomo, independiente de la burguesía y
opuesto al partido contrarrevolucionario del capital, que orienta todos
sus esfuerzos hacia la total y definitiva destrucción del Estado, esto
es, a la destrucción de la organización política del capitalismo,
sustituida por una nueva organización política de la sociedad comunista,
que conduce a la extinción de todas las clases sociales.
Agustín Guillamón