lunes, 18 de junio de 2012

Contra el liberalismo anarquista

El campo ausente de la lucha ideológica.

En 1973, la Editorial Proyección editó un texto de un valor altísimo para el anarquismo, pero del que poco y nada se sabe o se discute. “El liberalismo de Avanzada”, de Jorge Solomonoff, es hoy una pieza clave en la discusión ideológica al interior del anarquismo, ya sea porque descubre la diversidad de esta ideología, o mejor aún, porque logra expresar que una cosa es la rotulación y la otra lo qué efectivamente implica el fundamentar la acción bajo tales o cuales argumentos, argumentos que no son, digamos, una pura consideración abstracta, sino que expresa los lineamiento fundamentales de acción política misma, el concepto de revolución y desarrollo de la estratégia revolucionaria, que es lo que desde siempre ha sido el tema central de los libertarios.
(…)

Aspectos generales del anarquismo liberal.

Desde una perspectiva bastante sintética, el anarquismo liberal, desde un marco amplio, se articula desde al menos 3 ejes centrales.
Por un lado, el individualismo metodológico. Como no es difícil de cifrar, por lo general el análisis liberal de la conflictividad social tiene como punto de partida al individuo aislado. Si bien este entra en relaciones, conforma movimientos y propuestas colectivas, en última instancia, estos mismo agrupamientos se desglosan hasta dar, nuevamente, con el individuo que constituye lo social. Al mismo tiempo, por lo general este desglose hace que, en última instancia, la esencia de los conflictos sociales sólo se pueda representar, en su pureza, cristalizada en el individuo. Es este el punto de partida de la crítica al desarrollo de los social y el punto de llegada. Es el individuo contra la clase, el individuo contra el sindicato, el individuo contra las formas de lucha, etc. en otras palabras, el anarquismo liberal (o su versión criolla) piensa la sociedad pero desde el sesgo de lo individual como constituyente. Se trata, en el fondo, de un psicologismo extremo, el cual se sostiene articulando como fundamento los fenómenos más superficiales de la sociedad, sin lograr dar con sus mecanismo fundamentales y, por lo mismo, siendo incapaz de resolver la serie infinita de antinomias que desarrolla. Esto lo condena a una mera queja sistemática, a un falta de propuesta y a una pura conducta abstracta.

Este psicologismo va emparejado a la abstracción sistemática o elaboración de tipos ideales filo-weberianos, es decir, una abstracción ininteligible, pero ya no de la realidad histórica, sino del ideal a realizar que opera como parámetro normativo que juzga y hace inteligible la realidad misma. Es decir, el ideal político (la anarquía) se vuelve el marco normativo desde donde se elaboran los juicios de valor o políticos respecto de los acontecimiento reales. De esta forma, la realidad debe ir ajustándose al tipo ideal y no se busca un desarrollo teórico que permita explicar la realidad misma, sus movimiento y lógicas internas y profundas. Al contrario, se agrupan los acontecimientos sólo en relación al modelo ideal, lo que impide ver sus conexiones internas. De esta forma, la sociedad, bajo el prisma anarco-liberal, nunca aparece en su coherencia sino como una serie de hechos aislados que tiene su explicación no en una relación inmanente, sino respecto del modelo que opera como marco normativo. Por lo tanto, los echos no son analizados en el marco de un movimiento coherente, sino que son juzgado de manera aislada, ya que el único objetivo no es traspasar la realidad al pensamiento (como “concreto de pensamiento”), sino hacer la realidad a la medida de la idea.

Todo esto lleva aun tercer momento, no menos importante, que se resume en el rechazo (ahora visceral) de todo lo que esté vinculado, de alguna forma, a aspectos “metodológicos” marxianos. Más que nada a la “concepción materialista de la historia” y “la lucha de clases”. Vale agregar que, si bien el liberalismo anarquista reconoce las clases y sus luchas, les entrega un rol más ad hoc a su sesgo individualista, es decir, al ser incapaz de concebir a las clases como procesos históricos contradictorios y colectivos en su origen, homologan la perspectiva individual a las mismas, siendo incapaces de comprender el rol de la contradicción en la existencia de las clases. En otras palabras, tratan a las clases tal como tratan a los individuos o, de otra forma, las clases parecen ser un gran individuo, lo que sesga y hace imposible cualquier explicación de los conflictos sociales y políticos de la realidad capitalista. Por otro lado, el rechazo a la concepción materialista de la historia los lleva a desplazar el eje gravitatorio que es la producción en el marco del desarrollo de los conflictos sociales, al mismo tiempo que los priva de la posibilidad de concebir el cambio radical de la sociedad (el socialismo, diríamos nosotros) como algo dado por la realidad misma, por el desarrollo del mismo modo de producción capitalista, el que no sólo crea las condiciones materiales para el socialismo, sino la clase social que, objetivamente, puede realizarlo. Esto los lleva, de nuevo, a la abstracción político-moral, donde el cambio social no depende tanto de la realidad misma, del intimo vinculo entre la objetividad y subjetividad social, sino de la voluntad abstracta de los individuos.

A modo de conclusión.

De lo anterior, podemos concluir al menos dos cosas. Por un lado, dado el sesgo individualista para el liberalismo anarquista, la voluntad emerge como el factor determinante de la realidad social, donde lo económico es un epifenómeno residual de esta voluntad que, en su interior, se constituye de manera contradictoria, tan contradictoria como tantos individuos la puedan componer. Esto, claramente, limita los análisis políticos, por lo general, a una pura diatriba moral que no tiene más impacto que una simple queja. Más allá de las muchas luces que acertadas que sí aparecen en sus periódicos, la tendencia al respecto es la descrita más arriba, lo que impide que estas luces certeras puedan encontrar desarrollo y mueran en el mismo momento de su enunciación.

Finalmente, el liberalismo anarquista, al concebir la realidad como una abstracción, poco y nada puede hacer para contribuir políticamente en la lucha de los trabajadores, al contrario, su insistente sesgo disgrega y mina ideológicamnete la organización colectiva, el desarrollo de la estrategia revolucionaria, el problema del poder, etc.. Para cerra, las palabras de Solomonoff parecen sintetizar mejor que nadie las consecuencias políticas de esta perspectiva que tiene su arraigo en el sentido común, en las ideas dominante, las que, como dijo ya un pensador clásico y de cabecera, son siempre las ideas de la clase dominante: “...la deficiencia de una estrategia adecuada para la acción política dentro de condiciones históricas dadas que permitiera algún grado de eficiencia a un proyecto de cambio social en la dirección deseada; la falta de percepción de los elementos estructurales determinantes de la situación social existente; la negación de cualquier posibilidad de cambio positivo a través del aparato del estado; el rechazo de la violencia, ergo del autoritarismo implícito en los conflictos actuantes dentro de la esfera del poder (1), conducen a la racionalización de una ideología de retirada hacia la vida interior de los individuos que, excluida la fe trascendental en el milenio, confía el advenimiento de una sociedad justa al perfeccionamiento moral de la humanidad. Racionalización ésta justificatoria del abandono del campo de la acción política a fuerzas sociales actuantes, y que como tales no pueden ser totalmente ignoradas, y cuyo efecto concreto es una contribución a la conservación del existente estado de cosas.”(2)

Notas:
(1) Es importante aclarar que esto no corre necesariamente para nuestros anarquistas liberales, por lo que habría que cambiar esta idea por el rechazo de “la política” y los diversos problemas que conlleva la lucha por el poder, de la cual, los anarquistas socialistas nos hacemos parte.
(2) J. Solomonoff, “El liberalismo de avanzada”, ediciones digitales KCL, Pág. 16
Vladimir Benoit
Mayo 2012.