El campo ausente de la lucha ideológica.
En 1973, la Editorial Proyección editó
un texto de un valor altísimo para el anarquismo, pero del que poco y
nada se sabe o se discute. “El liberalismo de Avanzada”, de Jorge
Solomonoff, es hoy una pieza clave en la discusión ideológica al
interior del anarquismo, ya sea porque descubre la diversidad de esta
ideología, o mejor aún, porque logra expresar que una cosa es la
rotulación y la otra lo qué efectivamente implica el fundamentar la
acción bajo tales o cuales argumentos, argumentos que no son, digamos,
una pura consideración abstracta, sino que expresa los lineamiento
fundamentales de acción política misma, el concepto de revolución y
desarrollo de la estratégia revolucionaria, que es lo que desde siempre
ha sido el tema central de los libertarios.
(…)
Aspectos generales del anarquismo liberal.
Desde una perspectiva bastante
sintética, el anarquismo liberal, desde un marco amplio, se articula
desde al menos 3 ejes centrales.
Por un lado, el individualismo
metodológico. Como no es difícil de cifrar, por lo general el análisis
liberal de la conflictividad social tiene como punto de partida al
individuo aislado. Si bien este entra en relaciones, conforma
movimientos y propuestas colectivas, en última instancia, estos mismo
agrupamientos se desglosan hasta dar, nuevamente, con el individuo que
constituye lo social. Al mismo tiempo, por lo general este desglose hace
que, en última instancia, la esencia de los conflictos sociales sólo se
pueda representar, en su pureza, cristalizada en el individuo. Es este
el punto de partida de la crítica al desarrollo de los social y el punto
de llegada. Es el individuo contra la clase, el individuo contra el
sindicato, el individuo contra las formas de lucha, etc. en otras
palabras, el anarquismo liberal (o su versión criolla) piensa la
sociedad pero desde el sesgo de lo individual como constituyente. Se
trata, en el fondo, de un psicologismo extremo, el cual se sostiene
articulando como fundamento los fenómenos más superficiales de la
sociedad, sin lograr dar con sus mecanismo fundamentales y, por lo
mismo, siendo incapaz de resolver la serie infinita de antinomias que
desarrolla. Esto lo condena a una mera queja sistemática, a un falta de
propuesta y a una pura conducta abstracta.
Este psicologismo va emparejado a la
abstracción sistemática o elaboración de tipos ideales filo-weberianos,
es decir, una abstracción ininteligible, pero ya no de la realidad
histórica, sino del ideal a realizar que opera como parámetro normativo
que juzga y hace inteligible la realidad misma. Es decir, el ideal
político (la anarquía) se vuelve el marco normativo desde donde se
elaboran los juicios de valor o políticos respecto de los acontecimiento
reales. De esta forma, la realidad debe ir ajustándose al tipo ideal y
no se busca un desarrollo teórico que permita explicar la realidad
misma, sus movimiento y lógicas internas y profundas. Al contrario, se
agrupan los acontecimientos sólo en relación al modelo ideal, lo que
impide ver sus conexiones internas. De esta forma, la sociedad, bajo el
prisma anarco-liberal, nunca aparece en su coherencia sino como una
serie de hechos aislados que tiene su explicación no en una relación
inmanente, sino respecto del modelo que opera como marco normativo. Por
lo tanto, los echos no son analizados en el marco de un movimiento
coherente, sino que son juzgado de manera aislada, ya que el único
objetivo no es traspasar la realidad al pensamiento (como “concreto de
pensamiento”), sino hacer la realidad a la medida de la idea.
Todo esto lleva aun tercer momento, no
menos importante, que se resume en el rechazo (ahora visceral) de todo
lo que esté vinculado, de alguna forma, a aspectos “metodológicos”
marxianos. Más que nada a la “concepción materialista de la historia” y
“la lucha de clases”. Vale agregar que, si bien el liberalismo
anarquista reconoce las clases y sus luchas, les entrega un rol más ad
hoc a su sesgo individualista, es decir, al ser incapaz de concebir a
las clases como procesos históricos contradictorios y colectivos en su
origen, homologan la perspectiva individual a las mismas, siendo
incapaces de comprender el rol de la contradicción en la existencia de
las clases. En otras palabras, tratan a las clases tal como tratan a los
individuos o, de otra forma, las clases parecen ser un gran individuo,
lo que sesga y hace imposible cualquier explicación de los conflictos
sociales y políticos de la realidad capitalista. Por otro lado, el
rechazo a la concepción materialista de la historia los lleva a
desplazar el eje gravitatorio que es la producción en el marco del
desarrollo de los conflictos sociales, al mismo tiempo que los priva de
la posibilidad de concebir el cambio radical de la sociedad (el
socialismo, diríamos nosotros) como algo dado por la realidad misma, por
el desarrollo del mismo modo de producción capitalista, el que no sólo
crea las condiciones materiales para el socialismo, sino la clase social
que, objetivamente, puede realizarlo. Esto los lleva, de nuevo, a la
abstracción político-moral, donde el cambio social no depende tanto de
la realidad misma, del intimo vinculo entre la objetividad y
subjetividad social, sino de la voluntad abstracta de los individuos.
A modo de conclusión.
De lo anterior, podemos concluir al
menos dos cosas. Por un lado, dado el sesgo individualista para el
liberalismo anarquista, la voluntad emerge como el factor determinante
de la realidad social, donde lo económico es un epifenómeno residual de
esta voluntad que, en su interior, se constituye de manera
contradictoria, tan contradictoria como tantos individuos la puedan
componer. Esto, claramente, limita los análisis políticos, por lo
general, a una pura diatriba moral que no tiene más impacto que una
simple queja. Más allá de las muchas luces que acertadas que sí aparecen
en sus periódicos, la tendencia al respecto es la descrita más arriba,
lo que impide que estas luces certeras puedan encontrar desarrollo y
mueran en el mismo momento de su enunciación.
Finalmente, el liberalismo anarquista,
al concebir la realidad como una abstracción, poco y nada puede hacer
para contribuir políticamente en la lucha de los trabajadores, al
contrario, su insistente sesgo disgrega y mina ideológicamnete la
organización colectiva, el desarrollo de la estrategia revolucionaria,
el problema del poder, etc.. Para cerra, las palabras de Solomonoff
parecen sintetizar mejor que nadie las consecuencias políticas de esta
perspectiva que tiene su arraigo en el sentido común, en las ideas
dominante, las que, como dijo ya un pensador clásico y de cabecera, son
siempre las ideas de la clase dominante: “...la deficiencia de una
estrategia adecuada para la acción política dentro de condiciones
históricas dadas que permitiera algún grado de eficiencia a un proyecto
de cambio social en la dirección deseada; la falta de percepción de los
elementos estructurales determinantes de la situación social existente;
la negación de cualquier posibilidad de cambio positivo a través del
aparato del estado; el rechazo de la violencia, ergo del autoritarismo
implícito en los conflictos actuantes dentro de la esfera del poder (1),
conducen a la racionalización de una ideología de retirada hacia la
vida interior de los individuos que, excluida la fe trascendental en el
milenio, confía el advenimiento de una sociedad justa al
perfeccionamiento moral de la humanidad. Racionalización ésta
justificatoria del abandono del campo de la acción política a fuerzas
sociales actuantes, y que como tales no pueden ser totalmente ignoradas,
y cuyo efecto concreto es una contribución a la conservación del
existente estado de cosas.”(2)
Notas:
(1) Es importante aclarar que esto no
corre necesariamente para nuestros anarquistas liberales, por lo que
habría que cambiar esta idea por el rechazo de “la política” y los
diversos problemas que conlleva la lucha por el poder, de la cual, los
anarquistas socialistas nos hacemos parte.
(2) J. Solomonoff, “El liberalismo de avanzada”, ediciones digitales KCL, Pág. 16
Vladimir Benoit
Mayo 2012.
Mayo 2012.