martes, 20 de diciembre de 2011

URBANISMO Y RECUPERACIÓN DEL ESPACIO

Reproduzco a continuación un texto extraído del blog de un compañero al que envío un saludo (aquí puedes hacerle una visita) y que él, a su vez, extrajo del nº 12 de la revista "La felguera", página 4 para ser más exactxs.
 
El texto describe el modelo de urbanismo y la arquitectura de las ciudades (así como la lógica que sigue la configuración del espacio dentro de éstas) como parte fundamental en la planificación de una explotación que no tiene fin. Las ciudades son diseñadas como corrales para un cierto ganado a explotar (nosotrxs). Esas presuntas "comodidades" que ponen a nuestro alcance no son más que rentables fuentes de beneficios de las cuales nos enseñan a depender con el paso de los años. En las ciudades, el/la ciudadanx común lleva una vida permanentemente ligada al trabajo, organizando su vida en torno al espacio-tiempo que en éste le imponen. Así, viviremos cerca del puesto de trabajo o en su defecto, cerca del metro o tendremos un vehículo propio en el que desplazarnos por las carreteras, cuyo trazado responde al mismo patrón, la búsqueda del mayor beneficio posible. En cualquier caso, la riqueza está asegurada y nuestra vida ("vida") se desarrollará en torno a las necesidades exigidas por la producción obsesiva de ésta, siempre al servicio de los intereses de la clase dominante. Así mismo, definirá su tiempo libre supeditándose siempre a lo que en el trabajo le es ordenado a través de los horarios. De esta forma, el tiempo libre se convierte en una extensión del trabajo, en tanto que supone "el otro tiempo", el tiempo que no se pasa durmiendo o currando/ desplazándose a nuestro lugar de trabajo y que es concedido por lxs explotadorxs para administrar nuestra fuerza y sacar a ésta el mayor partido posible. Y dicho tiempo es ocio productivo, donde el/la ciudadanx común, se convierte en cliente consumidor/a, desempeñando nuevamente su rol en el espectáculo, en este caso, el de intercambiar el dinero que ha ganado trabajando por los diferentes servicios y ofertas que le sirvan para masturbarse con la sensación de estarse evadiendo de la rutina cuando precisamente, esa evasión forma parte intrínseca de dicha rutina. 

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Si la crítica a la industria del ocio se relaciona directamente con la crítica de la gestión y apropiación del tiempo, la crítica del espacio incumbe, también, la crítica de la ciudad. Es la ciudad el modelo social de vida en común, el modo en el que nace la propia idea de comunidad en sentido moderno. La ciudad nació sólo como la necesidad de acercar a lxs trabajadorxs a su puesto de trabajo. Allí donde está la economía en desarrollo, ya comienza el proyecto de ciudad. La ligadura entre lo económico y lo urbano es totalmente dependiente. Por ello, el espacio de la ciudad es el lugar en el que el/la individux trabaja, fundamentalmente. Aquello que se sitúa entre su puesto de trabajo y su vivienda es accesorio para él/ella, en cuanto que es el trabajo el motivo principal de vivir en esa ciudad y no en otra. Que en el centro de lo social se sitúe el trabajo asalariado implica automáticamente la concepción paralela de la gestión del espacio necesario a su servicio.

La ciudad no se ha hecho para la vida, es decir, para la realización del/de la propix individux, sino para el trabajo asalariado que no realiza, sino que esclaviza. En la sociedad de la administración total, parece que ocurre por casualidad. Los elementos de una ciudad, como calles, edificios, plazas, parques, etc., se distribuyen de una forma planificada. Dicha planificación responde a lo que necesita el/la trabajador/a asalariadx, como figura social general, para poder concentrarse principalmente en su cometido. El parque es el lugar en el que, en su tiempo libre, pueda el/la trabajador/a disfrutar de su familia. Pero como el/la trabajador/a no es completx en su tiempo libre si no consume, se sitúan restaurantes, tiendas, etc, en dichos parques. Así la actividad podrá satisfacer de modo completo. Las calles serán más estrechas en cuanto el suelo que se necesite para vivienda sea más escaso, y, por tanto, más deseado. Además, el lugar por el que el/la trabajador/a camina se va reduciendo paulatinamente para dar prioridad a los modos de transporte que sean más rápidos, empezando por los coches. Sólo con las nuevas zonas peatonales, el/la peatón/a se convierte en el/la rey/reina, pero con una trampa: las zonas peatonales coinciden con las zonas de mayor actividad comercial. El/la peatón/a sólo cobra importancia cuando se convierte en consumidor/a.

Todo apunta a que la calle, la ciudad entera, deja el espacio mínimo, cada vez más mínimo, a la actividad de tiempo libre del/de la trabajador/a. Una calle sin actividad comercial está muerta sólo desde la perspectiva de que la vida se realiza, en todo o en parte, a través del consumo. Es también de destacar el proceso de mercantilización de los servicios básicos que una ciudad debería ofrecer. Hoy el caso más flagrante en el Estado español es el de la vivienda. Cada vez más el derecho a la vivienda digna se convierte en el delito de reclamarlo. No es el aumento poblacional la causa de la falta de vivienda. Sólo desde la lógica que ve el suelo, sea urbanizable o no, como el nuevo negocio privilegiado, es posible entender la crisis de la obtención o realización de un derecho, cuya solución pasaría por borrar de un plumazo la urgencia que obliga a cada cual a sacar beneficio, incluso, de las piedras mismas.

Extraído de La Felguera, núm. 12; pág. 4.
 
Extraído de: vozcomoarma