domingo, 15 de enero de 2012

¡Contra la pared cabronxs! Hemos venido a por lo que es nuestro...

En estos días de rabia, el espectáculo, en tanto que relación de poder, en tanto que relación que imprime una memoria en los objetos y cuerpos, se enfrenta a un contra-poder difuso que desterritorializa las impresiones, lo que le permite escapar desde la tiranía de la imagen al campo de los sentidos. Los sentidos siempre son sentidos de manera antagonista (siempre son una respuesta frente a algo), pero en las condiciones actuales se dirigen hacia una polarización cada vez más radical y aguda.

Ante las caricaturas supuestamente pacíficas de los medios burgueses (“la violencia es inaceptable siempre y en cualquier lugar”), sólo podemos reírnos a carcajadas : su dominio, el de los espíritus dulces y el consenso, del diálogo y la armonía, no es más que un placer calculado dentro de la bestialidad, la promesa de una matanza. La fachada pacífica del régimen democrático no mata a un Álex cada día, precisamente porque mata a miles de Ahmeds, Fátimas, Jorges, Jin Tiaos y Benajirs; porque asesina sistemáticamente, estructuralmente y sin remordimiento al tercer mundo, es decir, al proletariado global. Es de esta forma, a través de su tranquila matanza cotidiana, como nace la idea de libertad: libertad no como un supuesto dios panhumano, no como un derecho natural para todxs, sino como el grito de guerra de lxs condenadxs, como la premisa de la guerra civil.

La historia del orden legal y de la clase burguesa nos lava el cerebro con la imagen de un progreso gradual y estable de la humanidad en el que la violencia es una lamentable excepción que surge de lxs subdesarrolladxs económica, cultural y emocionalmente. Pero todxs lxs que hemos sido aplastadxs entre los pupitres, tras las oficinas o en las fábricas sabemos demasiado bien que la historia no es más que una sucesión de actos bestiales instalada en un morboso sistema de leyes. Lxs cardenales de la normalidad lloran por la ley que violaron las balas del cerdo Korkoneas* pero, ¿quién no sabe que la fuerza de la ley es simplemente la fuerza de lxs poderosxs, que es la propia ley la que permite que la violencia se ejerza sobre la violencia?. La ley está vacía de principio a fin, no tiene sentido, ni más objetivo que la codificación del poder impuesto.

Al mismo tiempo, la dialéctica de la izquierda trata de codificar el conflicto, la batalla y la guerra en la lógica de la síntesis de los opuestos. De esta manera construye un orden, una condición pacífica en la que todo tiene su pequeño lugar. Pero el destino del conflicto no es la síntesis, igual que el destino de la guerra no es la paz. La insurrección social comprende la condensación y la explosión de miles de negaciones, pero no contiene ni siquiera en uno sólo de sus átomos, ni en uno sólo de sus momentos, su propia negación, su propio fin. Éste siempre llega pesado y sombrío como una certeza, desde las instituciones de mediación y normalización, desde la izquierda que promete el derecho al voto a los 16 años, desarmar pero mantener a lxs cerdxs, un Estado de bienestar, etc... En otras palabras, desde aquellxs que desean capitalizar beneficios políticxs sobre las heridas de otrxs. La dulzura de su compromiso chorrea sangre.

La anti-violencia social no puede ser responsabilizada de lo que no asume: es destructiva de principio a fin. Si las luchas de la modernidad tienen algo que enseñarnos, no es su triste adhesión a un sujeto (clase, partido, grupo) sino su proceso sistemáticamente anti-dialéctico: el proceso de destrucción no tiene por qué conllevar necesariamente una dimensión creadora. En otras palabras, la destrucción del viejo mundo y la creación de uno nuevo son dos procesos diferentes pero continuos. El asunto es entonces qué métodos de destrucción de lo existente pueden desarrollarse en diferentes puntos y momentos de la insurrección. Qué métodos pueden no sólo mantener el nivel y la extensión de la insurrección sino contribuir a alimentar su nivel cualitativo. Los ataques a las comisarías, los enfrentamientos y los cortes de carreteras, las barricadas y las batallas callejeras son ahora un fenómeno cotidiano y socializado en la metrópolis y más allá; y han contribuido a una desregulación parcial del círculo de producción y consumo. Y aún así, todavía son un objeto parcial del enemigo, directo y obvio para todxs, pero encerrado en una única dimensión del ataque contra las relaciones sociales dominantes. Sin embargo, al proceso de producción y circulación de mercancías en sí mismo, es decir, a la relación capital, sólo se la está golpeando indirectamente en las movilizaciones. Un espectro recorre la ciudad en llamas: la huelga general, salvaje e indefinida.

La crisis capitalista global ha negado a lxs dirigentes su respuesta más dinámica y extorsionadora a la insurrección: “Os ofrecemos todo, para siempre, mientras que ellxs sólo pueden ofrecer un incierto presente”. Con una empresa tras otra quebrando, el capitalismo y su Estado ya no están en posición de ofrecer nada más que días peores por venir, condiciones financieras más duras, despidos, suspensión de pensiones, recortes en el Estado de bienestar, desmantelamiento de la educación gratuita, etc. Al contrario, en sólo siete días, lxs insurrectxs han demostrado en la práctica lo que son capaces de hacer: convertir la ciudad en un campo de batalla, crear enclaves comunitarios a lo largo y ancho de la fábrica urbana, abandonar la individualidad y su patética seguridad, buscar la creación de su poder colectivo y la total destrucción de este sistema asesino.

En esta coyuntura histórica de crisis, rabia y deslegitimación de las instituciones en las que finalmente nos encontramos, la única cosa que puede convertir la desregulación sistémica en una revolución social es el rechazo total del trabajo. Cuando la lucha callejera tenga lugar en la oscuridad por la huelga de la compañía eléctrica, cuando los enfrentamientos tengan lugar entre toneladas de basura sin recoger, cuando los autobuses y tranvías cierren las calles, bloqueando a la policía, cuando lxs profesorxs enciendan los cócteles molotov de sus alumnxs, entonces finalmente podremos decir: “¡¡Cabronxs, los días de vuestra sociedad están contados, sus placeres y justicias no son suficientes!!”. Hoy ésto ya no es una pura fantasía sino una posibilidad concreta en las manos de cada unx de nosotrxs: la posibilidad de actuar concretamente en lo concreto. La posibilidad de asaltar los cielos.

Si todo ésto, es decir, si la extensión del conflicto a la esfera de la producción-circulación de mercancías con sabotajes y huelgas salvajes parece prematura, podría ser simplemente porque no nos hemos dado cuenta de lo rápido que el poder se descompone, de lo rápido que las prácticas de enfrentamiento y las formas de organizarse como contra-poder son difundidas socialmente: desde lxs escolares que apedrean comisarías hasta lxs empleadxs municipales y vecinxs que okupan los ayuntamientos. La revolución no llegará rezando por unas condiciones históricas mejores. La revolución tendrá lugar si tomamos cualquier oportunidad de insurrección en cada aspecto de la sociedad, transformando cada gesto de condena a lxs policías en golpe definitivo a las bases de este sistema.

¡¡CERDXS FUERA!!