Me concedéis, después de condenarme a muerte, la libertad de pronunciar un último discurso.
Acepto
vuestra concesión, pero solamente para demostrar las injusticias, las
calumnias y los atropellos de que se me ha hecho víctima.
Me acusáis de asesino; ¿y qué prueba tenéis de ello?.
En primer
lugar, traéis aquí a Seliger para que deponga en mi contra. Dice que me
ha ayudado a fabricar bombas y yo he demostrado que las bombas que tenía
las compré en la Avenida de Clybourne, Nº 58. Pero lo que no habéis
probado aún con el testimonio de ese infame comprado por vosotros, es
que esas bombas tuvieran alguna conexión con la de Haymarket.
Habéis
traído aquí también a algunos especialistas químicos, y éstos han tenido
que declarar que entre unas y otras bombas había diferencias tan
esenciales como la de una pulgada larga en sus diámetros.
Esa es la clase de pruebas que contra mí tenéis.
No; no es
por un crimen por lo que nos condenáis a muerte; es por lo que aquí se
ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía; y puesto que es por
nuestros principios por lo que nos condenáis, yo grito sin temor: ¡Soy
anarquista!.
Me acusáis
de despreciar la ley y el orden. ¿Y que significan la ley y el orden?,
sus representantes son los policías, y entre éstos hay muchos ladrones.
Aquí se sienta el Capitán Schaack. El me ha confesado que mi sombrero y
mis libros habían desaparecido de su oficina, sustraídos por los
policías. ¡He ahí vuestros defensores del derecho de propiedad!.
Mientras yo
declaro francamente que soy partidario de los procedimientos de fuerza
para conquistar una vida mejor para mis compañeros y para mí, mientras
afirmo que enfrente de la violencia brutal de la policía es necesario
emplear la fuerza bruta, vosotros tratáis de ahorcar a siete hombres
apelando a la falsedad y al perjurio, comprando testigos y fabricando,
en fin, un proceso inicuo desde el principio hasta el fin.
Grinnell ha
tenido el valor, aquí donde no puedo defenderme, de llamarme cobarde.
¡Miserable!, un hombre que se ha aliado con un vil, con un bribón
asalariado, para mandarme a la horca. ¡Este miserable, que por medio de
las falsedades de otros miserables como él trata de asesinar a siete
hombres, es quien me llama cobarde!.
Se me
acusa del delito de conspiración. ¿Y cómo se prueba la acusación?, pues
declarando sencillamente que la Asociación Internacional de Trabajadores
tiene por objeto conspirar contra la ley y el orden. Yo pertenezco a
esa Asociación, y de esto se me acusa probablemente. ¡Magnífico!, ¡nada
hay difícil para el genio de un fiscal!.
Yo repito
que soy enemigo del orden actual, y repito también que lo combatiré con
todas mis fuerzas mientras aliente. Declaro otra vez franca y
abiertamente que soy partidario de los medios de fuerza. He dicho al
Capitán Schaack, y lo sostengo, que si vosotros empleáis contra nosotros
vuestros fusiles y vuestros cañones, nosotros emplearemos contra
vosotros la dinamita. Os reís probablemente, porque estáis pensando: Ya
no arrojarás más bombas. Pues permitidme que os asegure que muero feliz,
porque estoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he
hablado recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcados ellos
harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os desprecio;
desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra
autoridad. ¡AHORCADME!.